Dadles vosotros de comer
Queridos diocesanos.
En el centro de la fiesta del Corpus Christi está el Sacramento de la Eucaristía, en el que Cristo Jesús nos ha dejado el memorial de su entrega total por amor en la Cruz. El mismo se nos ofrece como la comida que da la Vida y se ha quedado permanentemente presente entre nosotros para que, en adoración, contemplemos y acojamos su amor supremo y, a la vez, alimentemos nuestro amor fraterno.
La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de todo cristiano. Sin la celebración eucarística no habría Iglesia; y sin la participación plena en ella, la vida de todo cristiano languidece, se apaga y muere. En la Eucaristía, el Señor mismo nos invita a su mesa y nos sirve, y sobre todo, nos da su amor hasta el extremo de ser Él mismo el que se nos da en el pan partido y repartido. La comunión del Cuerpo de Cristo une a los cristianos con el Señor, y crea y recrea la nueva fraternidad que no admite distinción de personas, que no conoce fronteras ni es excluyente.
La Eucaristía tiene unas exigencias concretas para el vivir cotidiano, tanto de la comunidad eclesial como de los cristianos. La Iglesia, cada comunidad eclesial y cada cristiano que comulga están llamados a ser testigos comprometidos del amor de Cristo, del que participan, para que este amor llegue a todos, pues a todos está destinado.
Por ello, en la Fiesta del Corpus celebramos el Día de la Caridad. El mandamiento nuevo tiene su fuente y su urgencia en la Eucaristía, en su celebración y en la participación en ella. No podemos comulgar con conciencia limpia si no hemos reconocido y acogido a Jesús en el hermano o si lo hemos excluido (cf. Mt 25). A la vez, quien en la comunión comparte el amor de Cristo es enviado a ser su testigo compartiendo su pan y su vida con el hermano necesitado.
La urgencia de una caridad efectiva y comprometida, y más, si cabe, en estos tiempos en que cada día más familias no tienen qué comer, pide que nos esforcemos aún más en nuestra preocupación y compromiso por todos los necesitados en nuestras comunidades. La caridad no puede faltar en la vida y misión de las parroquias, de la Iglesia diocesana y de todos los católicos. «Dadles vosotros de comer», dice Jesús a sus discípulos cuando le piden que despida a la gente para que busque comida y alojamiento en las aldeas.
Es mucho lo que en estos momentos de profunda crisis económica y gracias, sobre todo, a las aportaciones de los fieles están haciendo las cáritas parroquiales, interparroquiales y diocesana, así como otras instituciones eclesiales. Aunque para muchos medios de comunicación esto no sea noticia, muchas de nuestras cáritas han visto triplicado en poco tiempo el número de peticiones de familias; algunas cáritas están desbordadas. Si no fuera por ellas muchos no tendrían nada que llevarse a la boca o no podrían cubrir sus necesidades básicas de higiene, luz y agua.
Esta situación no tiene visos de cambiar en breve, por lo que los católicos debemos redoblar nuestros esfuerzos y nuestras aportaciones a cáritas, alentados por los sacerdotes en ejercicio del propio ministerio de la caridad. Gracias a todos.
Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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