HOMILIA JUEVES SANTO

Nos hemos reunido hoy de un modo solemne para celebrar el amor de Dios manifestado en Cristo, presente entre nosotros por medio de su Palabra y su Cuerpo y Sangre que recibiremos dentro de unos minutos.

Su presencia la percibimos de un modo más intenso después de haber recibido el perdón de Dios en el sacramento de la confesión en estos días pasados; otra muestra más de su ternura y paciencia irreversibles hacia nosotros. En otras palabras, el Señor ha vuelto a ceñirse el manto y, puesto de rodillas nos ha lavado de nuestros pecados y ahora se abaja –de nuevo- para darnos a comer su Cuerpo y Sangre y así elevarnos por encima de esa pequeñez nuestra tantas veces olvidada. Esto es un gran don: somos contemporáneos de Cristo, Él es “diríamos” de nuestro tiempo gracias a la acción del Espíritu Santo que nos lo hace presente hoy como ayer en el Cenáculo.

Cuantas gracias tenemos que dar, pues, a Dios de tener la dicha de haber encontrado al Señor, ser purificados, lavados y enriquecidos una y otra vez por Él mismo; pero sabemos que tantos hermanos nuestros hoy buscan ser queridos, comprendidos, auxiliados y consolados al margen de este Amor que nosotros esta tarde celebramos por ignorancia, prejuicios o desinterés hacia la Iglesia. Esto nos duele, y rezamos por ellos. También nos sucede a nosotros, los que estamos aquí, que sabiendo donde se encuentra el Amor de los amores  erramos muchas veces por debilidad, flaqueza o ingratitud y no acertamos a poner todos nuestros afanes diarios en sus manos engañados por pensar que sin Él y su presencia ya podemos, ya sabemos conducirnos; de esta forma ¡cuántas frustraciones movidos por esperanzas que se van o que nunca vinieron! ¡cuántas amarguras o malos ratos por no poner el corazón en su justo lugar!

Pero nos sabemos en buenas manos junto a Jesús, el Señor; su presencia nos habla de amor hasta el extremo por nosotros, y cuando nos cuesta ver esta realidad levantamos nuestros ojos al rostro de Cristo en la Cruz y recuperamos la justa mirada sobre los pasos y latidos de nuestro corazón. Son los pasos de un tiempo que pasa rápido y los latidos de un deseo constante de ver colmadas nuestras aspiraciones y deseos nobles.

Queridos hermanos: ¡en esta Semana Santa debemos –con la ayuda de Dios- poder decir como el apóstol Juan en una de sus cartas: “hemos conocido el amor del Dios y hemos creído en Él”! Conocer, en el lenguaje de  la Sagrada Escritura, implica una experiencia interior; y creer significa unirse plenamente a alguien. Este es el don que hoy toca fuertemente nuestra alma: que Jesús, el Hijo de Dios se hace nuestro esclavo –lavándonos los pies de la suciedad del pecado y regalándonos su cuerpo y sangre- por puro amor. Y… es que no nos basta con saber que Él nos ama de verdad y hasta el final, tenemos necesidad de encontrar ese amor para no hacer de nuestra fe un conjunto de normas o ideas que acaban por cansarnos.

Este amor sólo tiene un límite, un freno: nuestra libertad, una libertad herida por el pecado. Así es, podemos decir no a un Dios que se hace esclavo del hombre para sanarlo y enriquecerlo para hacer de su vida algo grande. Esto lo constatamos a diario, es nuestra experiencia, la de cada uno y la de tantos hermanos nuestros que no están aquí hoy.

El Señor nos mueve además a mirar al prójimo en este día. Nos lo ha dicho “os he dado yo ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo”. Él nos llama a lavarnos los pies los unos a los otros, como Él lo ha hecho. Resuena en esta tarde una voz intensa de Cristo en nuestro interior para hacer el bien a los demás, salir de nuestro yo, del egoísmo y entrar en otra lógica: la del darnos, la del amor sacrificado que nos lleva a olvidarnos de nuestras rencillas, rencores, cuentas pendientes, ideologías o preferencias humanas para ver en el otro a alguien amado por sí mismo por Dios, que tiene- en otras palabras- la huella del Creador en el corazón. Pero hacer “eso mismo” que nos decía Cristo con los demás, ¿realmente en qué consiste? ¿Qué supone para nuestra vida de cada día participar en esta Última Cena, ser comensales de Cristo mismo? ¿Será acaso simplemente hacer el bien y no hacer mal a los demás? ¿Cómo podremos hacer “eso mismo”- que nos decía el Señor-  si estamos heridos por el pecado y no hacemos el bien que queremos tantas veces y el mal que debemos evitar otras tantas?

Queridos hermanos: si nos alcanza el amor de Cristo hoy y estos días, “el amar al prójimo como a uno mismo” deja de ser una carga para convertirse en un don que conduce al otro a su plenitud. Se cumplirán en nosotros esas palabras del Señor: “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, ése da mucho fruto”; y nosotros no esperamos o confiamos sólo en un fruto inmediato aquí y ahora sino que lo nuestro apunta también a la vida eterna apoyándonos esas otras palabras de Jesús: “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis, en la cárcel y vinisteis a verme, forastero y me hospedasteis… siervo bueno y fiel pasa al banquete de tu Señor”.

Si nos alcanza –como os decía- el amor de Cristo de verdad, sentiremos en nuestro pecho la urgencia de ser vehículo de la gracia de Dios para purificar y elevar a otros, como Cristo ha hecho con nosotros. Y los amaremos de verdad, porque no les daremos simplemente nuestro afecto, perdón o cariño, sino también la fe y la gracia que nos conduzca conjuntamente al banquete celestial.

Queridos hermanos: la caridad de Cristo presente en el alma nos moverá necesariamente a desear con mayor ardor e implicación que nuestros hijos y nietos sean educados y practiquen la fe, una fe viva; del mismo modo, pondremos un empeño real y sacrificado por vivir por y para nuestra esposo/a y familia dedicándoles tiempo y paciencia; por amor al Señor y a los demás estaremos atentos a las modas del momento que perturban a los jóvenes para ponerles en guardia y les enseñaremos a ser constructivamente críticos; iremos, además, al encuentro de todos aquellos hermanos nuestros que se hallan encadenados por el alcohol o la droga  para sacarles de esos infiernos, llevarles con firmeza y prudencia a esta posada (la Iglesia) y curar sus heridas; la caridad de Cristo en nuestra alma no encontrará el obstáculo del “miedo al qué dirán” o al “todos lo hacen” para sacar al prójimo del pecado y llevarle al encuentro con Cristo; ¿cómo resignarnos –finalmente- a que las distintas fiestas de este verano en  nuestro pueblo pasen por encima de Benedicto XVI y los jóvenes de todo el mundo en el encuentro de Madrid?

Con estas disposiciones firmes y decididas el amor del Señor no encontrará barreras y así estaremos siendo esos humildes trabajadores en la viña del Señor, tan necesitada en este momento de agua vida que haga florecer aquellas semillas ahogadas por el ambiente, la comodidad o la enfermedad y el sufrimiento. Estaremos entonces sembrando la “nueva civilización del amor”, en feliz expresión del ya próximo Beato Juan Pablo II. Eso es lo que han  hecho los santos, los grandes amigos de Dios a quienes honramos de un modo tan noble en nuestra Parroquia. Estos santos no hicieron otra cosa que vivir la plenitud de la caridad, del amor de Cristo.

¿Cómo podremos mantener vivo este espíritu de Jueves Santo? ¿Cómo mantener viva esa caridad de Cristo que hoy está en nuestra alma para no perder la sensibilidad por el bien integral de nuestros hermanos? Bien sabemos que la escucha y meditación diaria de la Palabra de Dios, la oración ante el Sagrario, la Confesión frecuente, la ayuda de la Virgen, la Misa dominical y la fidelidad a los mandamientos de la ley de Dios son indispensables para tener vivo el fuego interior que lleva a caldear con la gracia de Dios todos los ambientes y circunstancias que nos rodean a diario.

Y por encima de todo el don por excelencia: la participación en la Sagrada Eucaristía, regalo de hoy, presencia permanente del Amor de Dios que nos sostiene en la fe y la esperanza y nos abre las puertas de esta vida a la Otra, la Eterna.

Los sacerdotes nos deben mostrar estos caminos de amor; hemos sido constituidos ministros/servidores de la alianza nueva y eterna, del pacto irreversible con nosotros cuyo hilo conductor es esa caridad del Señor. Rezad por nosotros sin tregua para que seamos esa imagen fiel de Cristo Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, de ese Cristo constantemente arrodillado sirviendo a los suyos. Amén.

D. Luis Oliver Xucla.

Párroco.

21 de abril de 2011. Jueves Santo.

Parroquia Sagrada Familia. La Vilavella.

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