Oasis del Espíritu

casimiroCastellón, 7 de junio de 2009

Queridos diocesanos.

El domingo de la Santísima Trinidad celebramos la Jornada ‘Pro Orántibus’, una jornada para orar por los monjes y monjas que a diario oran por nosotros en monasterios y conventos. Les queremos mostrar de este modo nuestra estima y gratitud. Siempre necesarios, hoy, si cabe, lo son más que nunca, aunque haya quien no entienda su razón de ser ni su modo de vida. Nuestro mundo necesita, en efecto, volver la mirada a Dios, al Dios Uno y Trino, que es amor, fuente y manantial inagotable de amor.

Somos testigos y -muchas veces- víctimas de un contexto laicista y neopagano, que está marcando profundamente el corazón del hombre de hoy. Vivimos inmersos en un mundo que pretende entender el hombre, la sociedad y la historia como si Dios no existiera. Se propugna y se intenta que la persona humana, su vida y dignidad, su trabajo y sus relaciones, la educación, el matrimonio y la familia, la cultura, la economía y la organización de la sociedad se conciban sin referencia alguna a Dios.

El hombre se ha convertido en absoluto y se ha creado sus propios dioses: el poder y el tener, el prestigio y el disfrute, el progreso sin meta. Dios es ignorado, cuando no rechazado, como Señor de la existencia humana, como su origen, su guía y su meta. Marginar a Dios es la tentación permanente del hombre que pretende ser dios. Lo religioso y, especialmente, lo cristiano son silenciados o ridiculizados. Con frecuencia se hostiga a los creyentes católicos o se les combate abiertamente, cuando Dios, Cristo Jesús y su Evangelio incomodan las posiciones y cuestionan las libertades sin verdad y sin ética que defienden un estilo de vida sin Dios.

Pero el silenciamiento de Dios, de su voz y de su providencia sabia y amorosa abre el camino a una vida humana y a una sociedad sin rumbo y sin sentido; poco a poco se abre el camino a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses inmediatos al servicio de idolatrías de distinto tipo. El silencio de Dios en nuestra cultura está llevando a la muerte del hombre y al ocaso de su dignidad. Reducido el hombre a su dimensión material e intramundana, expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del hombre.

En este contexto, los monasterios y conventos son como un oasis espiritual, que indican al mundo de hoy lo más importante; más aún, que lo único decisivo, que la realidad por excelencia es Dios mismo. Por ello existe una razón última por la que vale la pena vivir, es decir, Dios y su amor inescrutable (Benedicto XVI). Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como la consideración de que Dios es el único bien (Sal 16, 2).

La vida contemplativa tiene mucho que decir hoy. Es una forma de vida que dirige nuestra mirada al manantial del ser y de la vida. Es un verdadero antídoto contra una mentalidad materialista y nihilista. La oración de los contemplativos es un verdadero servicio divino de alabanza y adoración al Dios trino que, por encima de todo, es digno «de recibir la gloria, el honor y el poder» (Ap 4, 11), porque ha creado el mundo de modo maravilloso y de modo aún más maravilloso lo ha renovado. Y es también un servicio sagrado a los hombres, porque todo hombre lleva en lo más íntimo de su corazón la nostalgia de la máxima felicidad; por tanto, en el fondo, de Dios.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón

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