Pérdida del sentido de pecado

Queridos diocesanos:

La cuaresma nos llama a la conversión de nuestra mente y de nuestro corazón a Dios. Una conversión sincera descubre que nuestros caminos, por acción o por omisión, a veces no son los de Dios: que nos apartamos de Él, de su amor, de sus caminos: en una palabra que pecamos. Si nuestra conversión es sincera nos llevará, como de la mano, a dejarnos reconciliar con Dios y con su Iglesia en el sacramento de la Penitencia, el camino ordinario para la volver a la amistad y comunión con Dios.
Sin embargo, hoy hay muchos cristianos que no se acercan al Sacramento de la Penitencia, o que lo hacen de tarde en tarde, o que se acercan a él sin saber qué decir. Por el contrario, en las Eucaristías son muchos los que se acercan a recibir la Comunión. Ante este fenómeno cabría preguntarse por sus causas. ¿Es que somos hoy más santos que los cristianos de ayer? ¿Es que eso de confesarse ha pasado de moda?

La razón fundamental del poco aprecio de este Sacramento ya fue detectada y señalada hace muchos años por Pío XII cuando pronunció aquella frase proverbial: “Quizás el mayor pecado del mundo de hoy consista en el hecho de que los hombres han empezado a perder el sentido del pecado”. Una pérdida del sentido de pecado que han denunciado los Papas posteriores. Es lógico, que si no hay conciencia ni sentido de pecado, uno se pregunte para qué la confesión.

Bien podemos afirmar que el verdadero peligro para el hombre contemporáneo es el hundimiento y la crisis del sentido religioso, del sentido de Dios, así como de los principios y normas morales y éticas de la humanidad. La ausencia de la conciencia de responsabilidad ante nuestras acciones u omisiones y de la culpa subsiguiente son tan peligrosas como la ausencia del dolor cuando se está enfermo. A nadie gusta el dolor. Pero hemos de agradecerlo cuando estamos enfermos. Gracias a él percibimos que algo no funciona en nuestro organismo. Y por eso vamos al médico que diagnostica, receta, sana y cura.

El sentido del pecado camina en paralelo con el sentido de Dios. Cuanto más presente está Dios en el corazón de una persona, más conciencia hay de pecado, es decir de rechazar su amor. Cuanto menos presente está Dios, menos sentido se tiene del pecado. Esto lo vemos, a todas luces, concretado en la vida de los santos que, cuanto más se acercaban a Dios, más frágiles y débiles se sentían. Y es que Dios es como una luz potente que al entrar en una habitación permite ver cuanto en ella se contiene: las cosas de valor y lo que no vale nada y también lo que afea el inmueble.

“Un hombre no se pone en el camino de la penitencia verdadera y genuina, hasta que no descubre que el pecado contrasta con la norma ética, inscrita en la intimidad del propio ser; hasta que no reconoce haber hecho la experiencia personal y responsable de tal contraste; hasta que no dice no solamente existe el pecado, sino ‘yo he pecado’; hasta que no admite que el pecado ha introducido en su conciencia una división que invade todo su ser y lo separa de Dios y de los hermanos” (Juan Pablo II). Para dar este paso son necesarias la gracia y la luz de Dios, pero también un alto grado de humildad y de apertura a Dios, a su Palabra, a su amor misericordioso.

Con mi afecto y bendición

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