Todos los santos vs. Halloween
Queridos diocesanos:
En el libro del Apocalipsis podemos leer: “Después miré y había una gran muchedumbre, que nadie podía contar: de toda nación, raza, pueblo y lengua. Estaban de pie, delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (Ap 7,9). Así describe San Juan a la Iglesia celeste. Son nuestros hermanos los santos, que nos han precedido en el amor a Dios y al prójimo en el cielo, donde nos esperan e interceden por nosotros. A todos ellos recordamos y veneramos el día 1 de noviembre.
Este es el verdadero sentido de esta fiesta, en la que contemplamos el misterio de la comunión de los santos del cielo y de la tierra. No estamos solos; estamos rodeados por una gran nube de testigos de Dios y de Jesucristo; con todos ellos formamos el Cuerpo de Cristo, con ellos somos hijos de Dios, con ellos hemos sido santificados por el Espíritu Santo. Este glorioso ejército de los santos intercede por nosotros ante el Señor; nos acompaña en nuestro camino hacia el Reino y nos estimula a mantener nuestra mirada fija en Jesús, nuestro Señor, que vendrá en la gloria en medio de sus santos.
Pero hay algo que nos debe preocupar. En los últimos años se está introduciendo y, cada vez con más fuerza, entre nosotros una celebración anglosajona de origen pagano que va desplazando, al menos en el ánimo de muchos niños y jóvenes, la fiesta de todos los santos. Me refiero a Halloween. Un autor ha escrito a este respecto: «… muchos cristianos han olvidado el testimonio de los santos y se sienten más atraídos a festejar con brujas y fantasmas. Este fenómeno es parte de un retorno al paganismo que va ocurriendo gradualmente. Al principio no se percatan de los valores que abandonan ni tampoco entienden el sentido real de los nuevos símbolos. Les parece todo una broma, una diversión inofensiva de la que se intentan lucrar otros. Lo hacen por llenar un vacío, porque los santos ya no interesan y las prácticas paganas y ocultistas ejercen una extraña fascinación». Debemos estar alerta ante este fenómeno y no perder el sentido de la fiesta de todos los santos. Esta fiesta nos invita a compartir el gozo celestial de los santos. No necesitamos ponernos máscaras para la celebrar nuestra alegría; en todo caso, mejor sería vestir a nuestros niños o vestirse de santos.
Los santos no son un pequeño número de elegidos, sino una muchedumbre innumerable. En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficial, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad de Dios. De la mayor parte de ellos no conocemos su nombre, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer llenos de gloria en el firmamento de Dios. No son fantasmas. Son hombres y mujeres que viven ya junto a Dios gozando de su presencia en una alabanza sin fin; ellos son testigos de que la vida junto a Dios para siempre es posible para todos y cada uno nosotros. Al contemplar el luminoso ejemplo de los santos, la Iglesia quiere suscitar en nosotros el gran deseo de ser como los santos: felices por vivir cerca de Dios, en la gran familia de los amigos de Dios. Porque ser santo significa vivir unidos a Dios, vivir en su familia, vivir la vida de Dios. Conservemos celosamente el sentido de esta fiesta cristiana.
Con mi afecto y bendición,
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