La santidad, la mejor inversión
Queridos diocesanos:
Toda la liturgia del Día de Todos los Santos no habla de santidad. Los santos nos recuerdan que la fuerza del Espíritu de Jesús actúa en todas partes; es una semilla capaz de arraigar en todas partes, que no necesita especiales condiciones de raza, de cultura o de clase social. Por eso esta fiesta es una fiesta de gozo: el Espíritu de Jesús ha dado, da y seguirá dando fruto, y lo hará en todas partes.
Todos esos hombres y mujeres anónimos, de todo tiempo y lugar, a quien recordamos en el Día de Todos los Santos tienen algo en común. Todos ellos «han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero». Todos ellos han sido pobres de espíritu, hambrientos y sedientos de justicia, limpios de corazón y trabajadores de la paz. Porque hoy no celebramos una fiesta superficial; hoy celebramos la victoria dolorosamente alcanzada por tantos hombres y mujeres en el seguimiento de Jesús por el camino de las Bienaventuranzas. A todos les une la búsqueda y la lucha por una vida más fiel, más entregada a Dios y más dedicada al servicio de los hermanos y del mundo nuevo que quiere Dios.
En este día de Fiesta, de alegría y de acción de gracias, celebramos que viven ya con Dios hombres y mujeres de todo tiempo, lugar y condición social, que han luchado esforzadamente en el camino del amor, que es el camino de Dios.
Con frecuencia pensamos que la santidad es una heroicidad propia sólo de algunos pocos. Pero no es así. La santidad es dejar que se desarrolle en nosotros la nueva Vida nueva de nuestro Bautismo, es vivir unidos a Cristo, es seguirle con fidelidad, es asemejarse a Él. Y esto vale también para nosotros: todo cristiano esta llamado e invitado a la santidad, a la amistad y unión con Dios. Es algo exigente, sin duda; porque es preciso tomarse en serio la condición de bautizados, de Hijos de Dios, de discípulos del Señor y de miembros de la Iglesia; y esto no es algo superficial, puntual o limitado a unos actos, tiempos o circunstancias; abarca a toda la persona.
Para saber cuál es el camino de este seguimiento, el camino de la santidad, el camino de la perfección hemos de subir con los Apóstoles al monte de las Bienaventuranzas, acercarnos a Jesús y ponernos a la escucha de las palabras de vida que salen de sus labios. También Él hoy nos dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Maestro proclama bienaventurados y, podríamos decir, “canoniza” ante todo a los pobres de espíritu, es decir, a quienes tienen el corazón libre de prejuicios y condicionamientos, de soberbia y prepotencia, a quienes, por ello, están dispuestos a acoger a Dios en su vida y a cumplir en todo su voluntad. La adhesión total y confiada a Dios supone desprenderse y desapegarse de sí mismo, para dejarse llenar del amor de Dios.
Los santos se tomaron en serio estas palabras de Jesús; creyeron que su felicidad vendría de traducirlas y vivirlas en el día a día de su existencia. Y comprobaron su verdad en su vida: a pesar de las pruebas, de las sombras y de los fracasos gozaron ya en la tierra de la alegría profunda de vivir en comunión con Cristo. En Él descubrieron, presente en el tiempo, el germen inicial de la gloria futura del reino de Dios. Ellos nos muestran un camino posible para todos.
Con mi afecto y bendición
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