Nuestra Iglesia diocesana, una Iglesia viva
En el 50º Aniversario de la configuración actual de nuestra Diócesis miramos al pasado y damos gracias a Dios por sus dones. Pero nuestra Iglesia no es sólo historia, sino también una realidad viva en el presente, aunque a veces aparezca frágil, envejecida y debilitada. Es una realidad viva, porque Dios mismo, en su cercanía amorosa, sigue presente y operante en nuestra Iglesia, en muchos fieles y en nuestras comunidades; porque Cristo, su Evangelio y su obra salvífica siguen presentes y operantes en esta Iglesia nuestra. Cristo Resucitado mismo es el Pastor que «cuida de su rebaño y vela por él» (Ez 34,-11-36), que nos conduce y nos da vida, que nos sostiene por la fuerza del Espíritu en la entrega fiel a nuestra vocación, misión y tarea.
Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón es una realidad compleja, con su elemento humano y con su elemento divino. En su aspecto visible es la comunidad de los cristianos católicos, que vivimos en el territorio diocesano: la formamos obispo, sacerdotes, diáconos, religiosos y seglares; una comunidad, que peregrina y crece en la fe, una comunidad que proclama el Evangelio y celebra los misterios de la fe, una comunidad que vive la caridad, una comunidad en la que se debe vivir y a la que se debe servir en la tarea siempre nueva de evangelizar. A su vez, la Iglesia Diocesana es una gran comunidad de comunidades, que integra en su comunión y misión a las 149 comunidades parroquiales, agrupadas en los 14 arciprestazgos, las numerosas comunidades de vida consagrada y otras comunidades eclesiales, los movimientos, los grupos y las asociaciones. Y cuenta con diversos servicios pastorales y administrativos.
Al hablar de nuestra Iglesia diocesana muchas veces nos quedamos en lo visible, en las personas, en el territorio o en sus estructuras. Pero su realidad humana, externa y visible, no puede hacernos olvidar que en su esencia más profunda nuestra Diócesis es signo e instrumento de salvación, porque en ella, mediante sus personas y sus estructuras visibles, – incluso a pesar de sus deficiencias- Jesucristo está presente y actúa su salvación en favor de los hombres.
Esta realidad íntima de la Diócesis debe ser conocida, valorada y vivida por todos sus miembros, por las comunidades y por los grupos eclesiales. Y ha de aparecer también en nuestros proyectos, para que de este modo, sobre la faz de la Diócesis, resplandezca Cristo, luz de las gentes. Nuestra Iglesia no es una mera «organización eclesiástica», a la que se pertenece por razones administrativas, pero no por razones de fe; la vida cristiana no es una mera práctica ético-religiosa, sino acontecimiento de salvación, de experiencia de gracia y de comunión vital con Dios y con los hermanos. Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón es un evento de salvación, que acontece en un tiempo, el nuestro, y en un espacio, gran parte de la provincia de Castellón.
Esta porción de Pueblo de Dios, confiada al Obispo para apacentarla con la cooperación del presbiterio, adherida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, es una Iglesia particular: en ella se encuentra y opera la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica (cf. ChD 11). Es un misterio de comunión y misión para promover la unidad, la santidad y la universalidad de la misión en sus miembros y comunidades, en la sucesión de los Apóstoles.
Con afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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